En los últimos días, medios como El País han encendido la voz de alarma: los casos de cáncer colorrectal en menores de 50 años están aumentando, y nuevos estudios señalan que una toxina bacteriana, la colibactina, producida por algunas cepas de Escherichia coli, podría estar implicada. Aunque estas investigaciones son valiosas y abren nuevas vías de estudio, es importante tratar esta información con serenidad y una visión más amplia.
Desde mi experiencia como doctora especializada en salud integrativa y prevención, quisiera aportar una perspectiva que complemente y amplíe la reflexión iniciada en artículos como “¿Podría la salud intestinal infantil ser la pieza que falta en el rompecabezas del cáncer de colon?” y “Cáncer colorrectal y genética: lo que todo profesional debe saber” en Jascotee.
La importancia del contexto: nuestro sistema inmune sabe defendernos
Primero, es fundamental recordar que convivimos a diario con millones de bacterias, virus y hongos, tanto en nuestro intestino como en el medio ambiente. Nuestro sistema inmunológico está diseñado precisamente para gestionar estos microorganismos, identificar amenazas reales y neutralizarlas de forma eficaz. La presencia de una toxina como la colibactina no implica automáticamente el desarrollo de un cáncer.
De hecho, la mayoría de las personas expuestas nunca desarrollará la enfermedad, gracias a la compleja red de defensas naturales de nuestro cuerpo: reparación del ADN, vigilancia inmunológica, y la modulación continua de la microbiota intestinal. Alarmar a la población puede generar más daño que beneficio, aumentando el estrés —un factor conocido que sí debilita nuestro sistema inmune—.
¿Por qué se habla ahora de este riesgo?
El avance de la tecnología, como la secuenciación genética de alta precisión, nos permite detectar patrones mutacionales que antes eran invisibles. Descubrir la firma de la colibactina en algunos tumores colorrectales no significa que sea la única causa, ni siquiera la principal. El cáncer es una enfermedad multifactorial, donde influyen dieta, estilo de vida, inflamación crónica, exposición a tóxicos, salud intestinal, predisposición genética y estado emocional.
Más bien, estos hallazgos deben animarnos a redoblar nuestros esfuerzos en la promoción de una vida saludable desde edades tempranas: una alimentación rica en fibra, frutas y verduras; reducción de alimentos ultraprocesados; actividad física regular; manejo del estrés; y cuidado del equilibrio intestinal.
¿Qué podemos hacer de manera práctica?
En lugar de caer en el miedo, propongo enfoques positivos y efectivos:
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Nutrir la microbiota con alimentos fermentados, prebióticos naturales y una dieta basada en plantas.
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Proteger el intestino evitando excesos de antibióticos y promoviendo una digestión adecuada.
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Reducir la inflamación crónica mediante una vida activa, contacto con la naturaleza y un sueño reparador.
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Fortalecer la respuesta inmune con hábitos sencillos pero poderosos: gratitud diaria, respiración consciente, moderación en el consumo de alcohol y tabaco, y relaciones humanas saludables.
Un futuro prometedor
Lejos de ser una amenaza inminente, estos estudios nos abren nuevas oportunidades para comprender mejor el origen del cáncer colorrectal temprano y desarrollar estrategias de prevención más personalizadas.
Desde mi práctica diaria, confirmo que la verdadera medicina empieza mucho antes de que aparezcan los síntomas: empieza en el plato, en las emociones, en la forma en que cuidamos nuestro entorno interno y externo.
No se trata de vivir en alerta, sino de vivir con conciencia.
Confía en tu cuerpo: es mucho más sabio, fuerte y resiliente de lo que a veces recordamos.